Si mantengo oculta mi mente es porque me da miedo que os perdáis en los recovecos y laberintos que sin querer he creado, pasillos y habitaciones sin plano, corredores sin ventanas y barrancos suicidas cuyo mapa perdí en el mar de ideas. Los bosques de piedra llenos de musgo que no señalan el norte, las brújulas son requisadas al entrar aquí dentro. Pasos de baile sin ritmo y muertes con pasos marcados, un, dos, tres, un, dos, tres, chuchillo, brazo, cuello, costado, sangre, un, dos, tres, un, dos, tres. Si entráis cuidado con caer hacia arriba, el cielo está pintado sobre el cráneo y el choque es mortal.
Si mantengo oculta mi mente es porque me da miedo que todos los nombres salgan, que el poder que encierran me encarcele desde fuera como lo hacen desde dentro. Que el infinito esté limitado por la carne que le sirve ya es suficiente paradoja para añadir tal cárcel de locura. Intento evitar ese estado manteniendo los barcos del deseo ahogados en tierra, castigando a la noche sin sueños y robándole al día mi tiempo para regalárselo al incoloro mundo fuera de aquí.
Cómo dejaros entrar y no poder mostraros la salida, cómo sabiendo que el Otro está ahí dentro dormido bajo siete llaves de mentiras, espejismos y mundos que no son más que muros de confusión. Él siempre está esperando, sin descanso, asomándose a los miradores de mi alma, rompiendo cadenas al encontrar la oportunidad, susurrando desde dentro la necesidad de su regreso. Y entonces el gemido se convierte en aullido y la gran mansión no puede contener más tiempo a su huésped forzado.
Si no os dejo entrar en mi mente es porque ni siquiera yo sé quien soy ahí dentro.